En México, como en muchos otros países que culminaron la transición demográfica y que acogieron el modelo neoliberal, los jóvenes conforman un amplio grupo sociodemográfico socialmente vulnerable, expuesto en muchos sentidos a las contingencias generadas por las transformaciones económicas, sociales, culturales y políticas. Los jóvenes hoy viven en una sociedad diametralmente distinta a la de sus antecesores, con las ventajas que implican las posibilidades de acceso a estructuras de oportunidades más amplias; pero a la vez, insertos en circunstancias de mayor competencia y más expuestos a los riesgos de exclusión social. Su participación en el mercado de trabajo es una problemática creciente sobre la que inciden directamente la dinámica demográfica —en cuanto a los cambios y desplazamientos en la estructura de edades— y el desempeño de la economía —en lo que corresponde a la capacidad de generación de empleos y a la calidad de los mismos— y, sobre todo, el carácter ambivalente y aleatorio del mercado de trabajo y los sistemas de educación, que incluyen y excluyen simultáneamente. Los jóvenes egresados de las escuelas y universidades, supuestamente más calificados, capacitados y competentes para su desempeño profesional, están tendiendo a obtener empleos e ingresos no acordes con su perfil y nivel profesional, a ser mayormente excluidos del mercado de trabajo, relegados al desempleo, a actividades informales y precarias y al desaliento laboral.
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